La oscuridad inundaba mi mente y me dolía la cabeza de una manera tan
peculiar que hacía que me preguntara si no había una horda de elefantes bailando
tango, salsa y chachachá dentro de esta.
Estiré mi brazo y palpé el otro lado de la cama, sintiendo
instantáneamente el frío de las sábanas, indicando que ese lado no había sido
ocupado en un buen rato; fruncí el ceño y abrí los ojos, observando con cautela
la habitación donde me encontraba y tratando de buscarte o algún indicio de tu
paradero.
Tarde unos segundo en registrar que esta habitación no era la mía, si no
de la que compartimos hace algunos años, traté de no entrar en pánico mientras
notaba el mal estado en el que se encontraba la habitación: las paredes estaban
enmohecidas, había goteras regadas por todo el techo, los muebles desgastados y
las cortinas rotas.
Me detuve un momento para observar por la ventana lo que se encontraba
afuera y abrí los ojos sorprendido al notar que las calles no pertenecían a mi
amada ciudad y que el Sol no brillaba en el horizonte -o tal vez lo hacía pero
las nubes lo escondían de mi vista. Traté de buscar a alguna persona caminando
por la calle o dentro de los negocios que seguramente habían visto mejores
tiempos, pero no había ninguna señal de vida.
Me senté en la silla paralela a la pared con mucho cuidado, tratando de
no hacer algún movimiento brusco y que ésta terminara rompiéndose y con ella
los momentos que compartimos en esta; puse mi cabeza entre mis manos y suspiré
con frustración, pensando e ideando planes para encontrarte y salir de este
lugar cuanto antes.
Cuando alcé la cabeza me di cuenta que tu negligé estaba doblado a los
pies de la cama y que yo traía puesta la ropa del día anterior.
Pasaron los minutos antes de que finalmente decidiera salir a la calle
con tu negligee amarrado en mi cintura y una lámpara en la mano –lo único que
encontré en buen estado y que podría funcionar como un arma en caso de
emergencias.
Vagando por las calles no pude evitar sentir el escalofrío que recorrió
por mi espalda al caer en cuenta que todo en este pueblo-o realidad alterna,
que sé yo- estaba compuesto por negocios, parques, calles, atracciones y casas
que habíamos visitado juntos en el pasado.
Me encontré frente al restaurante donde tuvimos nuestra primera cita,
¿lo recuerdas?, ese día llovió a cántaros y corrimos divertidos en nuestras
ropas de gala desde el carro hasta el restaurante, ganando una rodada de ojos
por parte del mesero y una que otra mira rara de parte de otras personas.
Sacudí mi cabeza para alejar esa memoria de mi mente y concentrar mi
vista en aquella esquina donde nos dimos nuestro primer beso, unos metros a la
derecha estaba aquel hotel en el que nos hospedamos en nuestras primeras
vacaciones, al fondo de esa calle se encontraba aquel parque donde nos peleamos
más de una vez y junto a este el pequeño café donde lloramos y nos besamos
después de estas peleas.
Suspiré con nostalgia mientras seguía vagando por esta extraña ciudad
que me traía los mejores y los peores recuerdos de nuestra vida.
Al pasar las horas y quebrarme el coco pensando qué había pasado, caí en
cuenta que (ya que no sabía la extensión que tenía) este pueblo o ciudad
fantasma no era nada más ni nada menos que mi propia mente después de tu
partida.